El Apóstol Pablo

Continuando con la serie “Pescadores de Hombres” hoy veremos: el apóstol Pablo.

También llamado el “apóstol de la gracia”, Pablo es reconocido como una de las figuras más relevantes del cristianismo desde su origen hasta hoy.
Es el autor de 13 de los 27 libros del Nuevo Testamento. Su escritura, predicación y testimonio han impactado millones de almas, inspirando a vivir para agradar a Dios.

Sin duda, Pablo fue un pescador de hombres para Dios… Aunque no siempre fue así. Pablo tuvo un pasado oscuro: Su nombre original era Saulo. Nació en Tarso. Hijo de una familia hebrea, fariseos y fervientes estrictos a la ley de Moisés. A su tierna edad de 13 años fue enviado a Jerusalén a estudiar con Gamaliel, uno de los más respetados rabinos. Como resultado de su crianza y educación estricta, Saulo era un hombre violento, absolutamente convencido de su propia justicia. Era tan radical en cuanto a la fe judía que se enlazó en el extremismo religioso y se comprometió a acabar con el grupo de judíos que seguían las enseñanzas de cierto rabino que había sido crucificado: Jesús de Nazarateh.

En este contexto encontramos Saulo de Tarso viviendo el momento más crucial de su vida: su encuentro Jesucristo en el camino de Jerusalén a Damasco.

Leamos juntos este pasaje:

Lectura devocional

Hechos 9:1-16 NTV
1 Mientras tanto, Saulo pronunciaba amenazas en cada palabra y estaba ansioso por matar a los seguidores del Señor. Así que acudió al sumo sacerdote.
2 Le pidió cartas dirigidas a las sinagogas de Damasco para solicitarles su cooperación en el arresto de los seguidores del Camino que se encontraran ahí. Su intención era llevarlos —a hombres y mujeres por igual— de regreso a Jerusalén encadenados.
3 Al acercarse a Damasco para cumplir esa misión, una luz del cielo de repente brilló alrededor de él.
4 Saulo cayó al suelo y oyó una voz que le decía:
—¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?
5 —¿Quién eres, señor?—preguntó Saulo.
—Yo soy Jesús, ¡a quien tú persigues! —contestó la voz—.
6 Ahora levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.
7 Los hombres que estaban con Saulo se quedaron mudos, porque oían el sonido de una voz, ¡pero no veían a nadie!
8 Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos, estaba ciego. Entonces sus acompañantes lo llevaron de la mano hasta Damasco.
9 Permaneció allí, ciego, durante tres días sin comer ni beber.
10 Ahora bien, había un creyente en Damasco llamado Ananías. El Señor le habló en una visión, lo llamó:
—¡Ananías!
—¡Sí, Señor!—respondió.
11 El Señor le dijo:
—Ve a la calle llamada Derecha, a la casa de Judas. Cuando llegues, pregunta por un hombre de Tarso que se llama Saulo. En este momento, él está orando.
12 Le he mostrado en visión a un hombre llamado Ananías que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista.
13 —¡Pero Señor!—exclamó Ananías—. ¡He oído a mucha gente hablar de las cosas terribles que ese hombre les ha hecho a los creyentes de Jerusalén!
14 Además, tiene la autorización de los sacerdotes principales para arrestar a todos los que invocan tu nombre.
15 El Señor le dijo:
—Ve, porque él es mi instrumento elegido para llevar mi mensaje a los gentiles y a reyes, como también al pueblo de Israel;
16 y le voy a mostrar cuánto debe sufrir por mi nombre.

Reflexionemos

Lo que este pasaje nos revela es el cambio de corazón de un extremista religioso que amedrentaba a hombres, mujeres y niños. una conversión de noche a día.
Después de este encuentro con Jesucristo, Pablo sería un apasionado defensor de Aquel a quien antes perseguía.
Dios lo transformó. Lo llamó de las tinieblas a su luz admirable. Con su gran amor Dios puede perdonar y aceptar a cualquier persona.
Dios anhela alcanzar a los pecadores con su gracia salvadora en Cristo Jesús.
Hoy quiere usarnos a ti y a mí para llevar su mensaje de misericordia y nuevas oportunidades a aquellas personas que están a nuestro alrededor.
¿Le dirás sí a Dios, para ser tú también un pescador de hombres?

Oremos:
Padre Dios, gracias por tu amor por mí con el cual me has alcanzado.
¡Mi corazón arde por ti! Me levanto con valentía para bendecir a otros hablándoles de ti.
Derribo toda excusa y mentira del enemigo que llegue a mi mente. Declaro que en Jesucristo he sido santificado y que servirle le da sentido a mi vida. Amén.

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